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viernes, 19 de junio de 2015

Qué nos Enseña María en la Contemplación. Mayo 2015



La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún.
 –Juan Pablo II en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae. No. 10



 San Juan Pablo Magno dedicó a la Santísima Virgen su carta apostólica ‘Rosarium Virginis Mariae’, habiéndola publicado el 16 de Octubre del 2002, precisamente el 25˚ Aniversario de su pontificado. Ese mismo año, proclamó el Año del Santo Rosario, aprovechando también el 40˚ Aniversario del Concilio Vaticano II, en el cual él mismo tuvo una trascendental participación. El Santo Padre   se propuso exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, es en realidad contemplar con María -Madre y Maestra de la contemplación- el rostro de Cristo.  Vuelve a proponer, como ya lo había hecho en para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo.  La contemplación del misterio cristiano en el Rosario es una pedagogía de la santidad.

El rostro brillante como el sol que se vislumbró en Fátima y en De La Salette  es el mismísimo rostro de la madre de Jesús que en la escena evangélica de la Transfiguración, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor. La Transfiguración puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana.

Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo:

· Una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48).
· Una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos y presentir sus decisiones, como en Caná (Jn 2, 5).
· Una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz.
· Una mirada radiante por la alegría de la resurrección.
· Una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (Hch 1, 14).
  Vivamos en sintonía con la mirada de María.



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