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viernes, 19 de junio de 2015

El Inmaculado Corazón de María nos trae Paz. Junio 2015


La fiesta del Inmaculado Corazón de María se celebra el sábado después de Corpus Christi. La Fiesta del Sagrado Corazón es el día anterior (viernes). La Iglesia celebra las dos fiestas en días consecutivos para manifestar que estos dos corazones son inseparables y para que tengamos presente que María siempre nos conduce a Jesús.





Esta fiesta fue instituida en 1944 por el Papa Pío XII para pedirle a María algo muy urgente para el mundo de entonces, que continúa siéndolo aun en el mundo actual: "la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes". Esta invocación podría sonar profética ante nuestros oídos aturdidos de información pero con escasa sensibilidad hacia las cosas de Dios. El Papa Juan Pablo II la declaró obligatoria, es decir, que la liturgia de esta conmemoración es para todo el mundo Católico. Escribió el Papa Pío XII: "Ante tu trono nos postramos suplicantes, seguros de alcanzar misericordia, de recibir gracias y el auxilio oportuno...

 Obtén paz y libertad completa a la Iglesia santa de Dios; detén el diluvio del neo-paganismo; fomenta en los fieles el amor a la pureza, la práctica de la vida cristiana y del celo apostólico, para que los que sirven a Dios aumenten en mérito y número" .

Se basa en el hecho de que después de llegar a los cielos, el Corazón de María sigue intercediendo a favor nuestro. El amor de su corazón se dirige primero a Dios y a su Hijo Jesús, pero se extiende también con solicitud maternal sobre todo el género humano que Jesús le confió en la cruz; y así la veneramos por la santidad de su Inmaculado Corazón y le solicitamos su ayuda maternal mientras peregrinamos hacia su Hijo. Ella es la Madre y Maestra que nos enseña el camino más seguro para llegar a Jesús. En su corazón  guarda todas las cosas de Dios. Su Corazón Inmaculado nos ayuda a sanar y consagrar a Dios nuestro propio corazón.

Para que la devoción sea verdadera, no basta dirigirla a sólo a su corazón físico, sino más bien a su vida interior: sus virtudes, su perfección, sus alegrías, sus tristezas, pero sobre todo, su amor virginal por Dios, su amor de madre por su Divino Hijo y su compasivo amor de madre por todo los pecadores. Debemos amar su corazón físico y las bellezas de su alma, tal como el cuerpo y el alma constituyen al ser humano. San Agustín escribe que María no estuvo pasiva al pie de la cruz, sino que cooperó en la redención a través de su caridad ardiente.





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